La estación internacional de Canfranc es sin duda, tanto por historia como por belleza, unos de los edificios míticos abandonados más singulares de
España. Su majestuoso perfil aparece ante el ilusionado viajero que va en su busca, en un valle lejano de los pirineos atlánticos. Enclave crucial desde tiempos inmemorables para todos aquellos que tuvieron que defender esas tierras de los ataques provenientes del otro lado de la cordillera.
Entre verdes pastos y altas cumbres, cerca del paso fronterizo de Somport. 241 metros de planta, 300 ventanas, 156 puertas dobles y su imponente cubierta de pizarra negra, sobreviven a duras penas al implacable clima pirenaico y a la dejadez de las instituciones, que desde que las instalaciones quedaron en desuso, allá por los años 70, no han hecho mucho para mantener este lugar tan emblemático.
El proyecto de Canfrac comienza a principios del siglo XIX en colaboración con el gobierno francés. Su desmesurado tamaño, tan solo superado en Europa por la estación de Leipzig, se debe al afán de modernidad y como muestra del buen momento que se vivía en ambos países en el comienzo de siglo. Tras varios años de proyectos, las obras comienzan en 1915, y durante los siguientes diez años, decenas de puentes sobre los valles y túneles gigantescos, uno de ellos de más de siete mil metros de longitud se construyen para la línea férrea. La estación se dota también de gran cantidad de edificios periféricos como muelles de carga, talleres y almacenes de máquinas. El barrio de viviendas que se crea junto a la estación, acabará por convertirse en municipio tras un incendio en 1944 en el pueblo original de Canfranc, que obliga a traspasar la municipalidad a este lugar.
En Julio de 1928, Alfonso XIII inaugura por fin la estación tras varios retrasos debidos a la I guerra mundial. Durante los años treinta, la estación funciona a pleno rendimiento convirtiéndose en un punto neurálgico para el tráfico de pasajeros y mercancías entre europa y la península. Pero a partir de aquí, todos los sucesos van en contra de este enclave. La guerra y civil y posteriormente, la II Guerra mundial, abren una herida que no acabará nunca de sanar. La resistencia francesa por un lado y los guerrilleros por parte de España, dinamitan pasos de la línea para evitar que los gobiernos usen la línea para el movimiento de armamento y tropas. Famosa es Canfranc, entre otras cosas, por el famoso oro de de los nazis, o oro de Canfranc, como llegó a conocerse, que era el pago que hacían los alemanes al gobierno de Franco por el Volframio que éste les enviaba para la fabricación de armamento desde las minas gallegas. Tras la gran guerra, las desavenencias entre el nuevo gobierno Francés y el español, propiciaron que la línea solo funcionase de forma esporádica, estando ésta completamente parada durante lustros enteros. La línea funcionaba en territorio español, partiendo de Zaragoza, pero no iba más allá de la estación.
En la década de los cincuenta, vuelve a recuperar de nuevo el tráfico normal, aunque por diversos motivos no alcanza el esplendor de su primera década de funcionamiento, hasta que en 1970, un gigantesco tren de mercancías descarrila sobre un puente en pleno corazón de los pirineos franceses y estos, considerando el coste de la reparación, piensan que ya no es rentable esta ruta fronteriza y hacen oídos sordos a las reclamaciones españolas. Desde entonces, la decadencia y el abandono muerden con fuerza este mítico enclave, donde tan solo los Canfraneros siguen su lucha reivindicativa para que este lugar, epicentro de la vida en el pueblo, vuelva a recuperar el esplendor de tiempos pasados.
Sobre el 2005, las reivindicaciones surten efecto por fin y se comienzan obras de restauración, proyectando en el edificio de la estación y en sus alrededos, un gran hotel de lujo y zonas residenciales para potenciar el turismo en la zona.
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