Parte de atrás del Palacio Por Marcos Gonzalez
1910- La novelesca historia de amor entre José Santamarina y Sarah Wilkinson daba un nuevo paso: la construcción de una mansión propia, de un palacete que llevaría el nombre del hotel donde tantas temporadas pasaron en la deseada Europa: Sans Souci.
Fue un gusto que se dio este matrimonio; un nuevo capricho, como su amor mismo, que nació bajo la velada resistencia del patriarca, don Ramón Santamarina.
Ella, Sarah, era tan inglesa como el ferrocarril y al igual que los trenes había llegado desde el reino a estas lejanas tierras del confín del mundo. Su padre trabajaba en los Ferrocarriles del Sud, aquí en Tandil.
Tenía 16 años y una belleza británica y adolescente que deslumbró a José, un hombre maduro, adusto, de bigote riguroso. Era el segundo hijo del primer matrimonio de Ramón Santamarina, el inmigrante español que construyó un imperio desde la nada misma. O mejor dicho, desde la ilusión y desde el empeño que le puso a su esperanza. La historia de Ramón es conocida: fue carretero, atendió una pulpería, se hizo carnicero, puso un almacén. Y –para no abundar en más datos- compró tierras. Tantas que hacia mediados del siglo XIX lo convirtieron en uno de los mayores terratenientes de la región.
Sarah no tenía abolengo; José, tampoco, pero le sobraba riqueza. Por eso don Ramón no veía con buenos ojos que su hijo (al que le costeó la carrera de abogacía y con quien ya había emprendido rentables negocios en sociedad) se casara con la hija de un trabajador del ferrocarril, por más súbdito de la corona que fuese.
Sucede que a esa altura el apellido Santamarina (perpetuado por los dos hijos de su primer matrimonio y los trece del segundo) ya había entretejido beneficiosas relaciones con los Alvear, los Avellaneda, los Echagüe y sigue la lista... Relaciones que se formalizaban a través de lazos matrimoniales.
José, enamorado hasta los huesos, desconoció el mandato tácito y paterno, para casarse en secreto con la muchacha de pelo renegrido y ojos vivaces. Don Ramón se enteró de la novedad a través de una carta de su propio hijo. Sin embargo, con el tiempo iba a aceptar aquella unión.
Era la época en que la Argentina comenzaba a creerse aquello del “granero del mundo” y los Santamarina eran algunos de los dueños de esa época literal de vacas gordas. Por eso, el matrimonio de Sarah y José vivía al estilo de las pocas y acaudaladas familias. Eran frecuentes y prolongados sus veraneos a la por entonces elitista Mar del Plata. También transcurrían buena parte del año en Francia, más precisamente París, segundo hogar de la aristocracia argentina. En la capital francesa tenían casa propia, que alternaban con estadías en la localidad alemana de Baden-Baden, en el valle del Rin. Allí se hospedaban en el hotel Sans Soucis.
En 1909, cuando muere el hermano mayor de José, éste hereda una de sus propiedades. Eran poco menos de 70 hectáreas ubicadas en las afueras del pueblo. Sarah y José deciden erigir allí una mansión.
Lejos de fijarse en gastos, la preocupación del matrimonio pasó por dotar al lugar de los mejores materiales conocidos en la época. Buena parte de ellos (mármoles de Carrara, mayólicas españolas y francesas, aberturas refinadas, grifería bañada en plata), al igual que el mobiliario, fue traído en barco desde Europa.
La propiedad constaba de un casco principal, con sus respectivas construcciones alrededor: viviendas de caseros, cocheras, galpones... La residencia principal, cuenta con decenas de habitaciones distribuidas en tres niveles. En la sala central, una inmensa estufa hecha en piedra tallada impone su presencia. También se distinguía la escalera, en cedro, con barandales torneados en espiral.
La mansión contaba con servicios impactantes para la época: calefacción central, ascensor, usina propia, teléfono alarma con sirena y las instalaciones completas para una cocina de hoy.
Afuera, el parque de la residencia colaboraba con ese lujo: con rosales y flores de todo tipo diseminadas alrededor de la casa y más allá -hectáreas y hectáreas- arboledas conformadas por distintas especies, que convertían al lugar en un verdadero jardín botánico.
Entrada1918- Los constantes bombardeos sobre París obligaron a los argentinos que pasaban sus días allí a trasladarse a tierras más serenas. Elegían, por lo general, las playas de Deauville, de Biarritz... Hacia allí fue el matrimonio Santamarina.
La guerra finalizaba, sin embargo, una de sus consecuencias iba a dejar su impacto en la pareja. Según relatan las crónicas de la época, las tropas norteamericanas llegadas a Europa llevaron consigo una extraña enfermedad, similar a la gripe. La pandemia se cobró más vidas que la contienda bélica propiamente dicha. Bajo sus efectos caía también José Santamarina. La enfermedad derivó en una neumonía que lo llevó a la muerte.
Joven aún y tan bella como siempre, Sarah superó no sin esfuerzo la irreparable pérdida, mientras en Tandil impactaba la noticia de la muerte del hijo del pionero gallego.
Años más tarde, Sarah se volvió a casar con un general italiano, Mauricio Marsengo, un hombre aristocrático, de gustos refinados y forjada cultural, que formó parte de la diplomacia de su país.
Con el militar volvieron a la Argentina y a Sans Souci. El lugar se convertiría en solar de veraneo de parientes y allegados, que venían desde la Capital a pasar unos días en los saludables aires de la campiña tandilense.
1930- El mundo entraba en recesión con la emblemática –y cíclica- caída de Wall Street. Todavía no se había acuñado el término globalización, sin embargo, el quiebre tuvo su impacto en la pampa argentina. Las vacas gordas comenzaron a perder peso y pronto, aquella mansión se convertiría en un lugar costoso, antieconómico y molesto. Paralelamente, Sarah ya no quería pasar sus días en Tandil a la vez que se iba alejando de la familia Santamarina. Sus veraneos se fueron trasladando paulatinamente hacia Mar del Plata, donde poseía un lujoso chalet.
Años más tarde, la familia intenta deshacerse de la propiedad. Una operación que no fue fácil, dado el altísimo valor y los pocos interesados en desembolsar esa fortuna.
1949- Juan Domingo Perón había comenzado a escribir buena parte de la historia política argentina. Bajo la administración del gobernador bonaerense Domingo Mercante, el predio fue expropiado para convertirse en lugar de descanso de los mandatarios provinciales.
Cinco años más tarde, la llamada Revolución Libertadora tomaba el poder y el predio fue nuevamente devuelto a sus dueños que decidieron donarlo al Estado Nacional, para que sea destinado a la educación.
Fue así que en 1957 se creó la Escuela Hogar Agraria Femenina “Eduardo Olivero”, un establecimiento educativo que funcionó bajo la órbita del Ministerio de Asuntos Agrarios.
Recién el 10 de mayo de 1960 –con un país temporariamente normalizado institucionalmente con la presidencia de Arturo Frondizi-, el Ministerio de Educación tomó posesión del predio y creó el Instituto Superior de Enseñanza Rural (ISER), destinado a la formación de maestras rurales.
El nuevo enfoque curricular movilizó a los docentes con vocación por la educación rural a cursar en este nuevo instituto. La carrera tenía una duración de dos años y los aspirantes docentes en actividad eran becados con su sueldo a la vez que residían en el mismísimo palacio.
El establecimiento fue pionero en el país y en el ámbito latinoamericano. Quienes de allí egresaban gozaban de un reconocimiento que trascendía las fronteras del país. Baste mencionar que por sus aulas (por sus suntuosas habitaciones también) pasaron representantes de distintos ministerios de educación extranjeros, funcionarios de la Unesco y estudiosos de América Latina, Norteamérica y Europa.
En 1974, bajo la tercera y última presidencia de Perón (justamente, el año de su muerte), fue creada la carrera de Ciencias Naturales.
1976- El país se sumergía en su noche más oscura. Tres meses más tarde de aquel nefasto 24 de marzo, el gobierno militar “tomó por asalto” el predio y expulsó a alumnos y docentes. El lugar pasó a depender operativamente de la policía bonaerense.
Existen testimonios, hoy investigados por la Justicia, que aseguran que el otrora palacio de los Santamarina pasó a funcionar como centro clandestino de detención. Estos lugares fueron sitios indispensables en la estrategia de desaparición de personas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional.
Testimonios de sobrevivientes del terrorismo de Estado confirman que por allí pasaron varios ciudadanos que permanecieron ilegítimamente privados de su libertad. Algunos relatos van más allá y aseguran que incluso se produjeron fusilamientos.
El año pasado, el juez federal de Azul Juan José Comparatto recorrió el predio, en el marco de las investigaciones que lleva adelante en los denominados Juicios por la Verdad.
Petra Marzocca ex concejal y activa militante de los Derechos Humanos explicó alguna vez que “cuando finalizaron los años de la dictadura y la gente comenzó a animarse a hablar, surgieron varios testimonios que hablaban que no sólo “La Huerta”, “La Blanqueada” o “La Quinta de Méndez”, eran centros clandestinos, sino también el ex Iser”.
De acuerdo a esos relatos, se llegó a la conclusión de que Sans Souci funcionó como un centro en donde se apresaba a las personas, se las torturaba para obtener información y rápidamente eran trasladadas a otros lugares de detención, en La Plata por ejemplo.
Algunos de los ex detenidos que reconocieron el lugar, lo hicieron con los ojos vendados, tratando de recordar las texturas, los ruidos, la disposición de las dependencias, entre ellas, el inmenso sótano, donde se presume, se realizaban las sesiones de torturas.
1983- Recuperada la democracia, el ex Iser pasó nuevamente a funcionar bajo la órbita del Ministerio de Educación. El lugar no era el mismo que le había sido arrebatado ocho años antes.
Al abandono, falta de mantenimiento, descuido, se sumó el saqueo. Aberturas, grifería, herrajes, todos los detalles de suntuosidad desaparecieron. La situación se agravó un par de años más tarde, cuando la Municipalidad quedó a cargo del predio.
Bajo su falta de control e inoperancia, paulatinamente el lugar fue ocupado por familias sin viviendas, que convirtieron al sitio en un verdadero asentamiento.
Como una paradoja de la historia, la otrora mansión señorial, coqueta en su refinamiento, exclusiva en sus detalles, ostentosa en su opulencia, iba a ser tomada por los sin techo, por los marginados. Como una toma de la Bastilla, pero sin revolución, sin ideales de libertad, igualdad o fraternidad; sin más pretensiones que escaparle a la miseria.
Con los años, los ocupantes fueron desalojados y derivados hacia otros lugares. Sin embargo, con ellos también se fueron yendo los pequeños tesoros que aún quedaban.
El 6 de abril de este año inició sus actividades el Instituto Superior de Formación Técnica 75, creado por disposición 6.424 del año anterior de la Dirección Provincial de Educación Superior. El establecimiento educativo dicta carreras de tipo técnico y en la actualidad funciona en el edificio de la Escuela Normal.
En marzo del 2004, la Dirección General de Cultura y Educación transfirió definitivamente el lugar al ISFT 75. Desde entonces, directivos, miembros de cooperadoras, instituciones y particulares tratan de mantener el lugar, con esfuerzo propio, con dinero propio. Pero no alcanza.
Vale citar una de las tantas crónicas que periódicamente aparecen en El Eco de Tandil en torno al tema: “Hay que destacar la labor de la Asociación Cooperadora quien a lo largo de 6 años ha puesto en funcionamiento dos sectores, deporte, recreación y agricultura.
En la actualidad la iniciativa está atravesando por una situación complicada, debido a que la asociación cooperadora no puede más solventar el pago de personal para el mantenimiento del parque de 5 hectáreas que ya no se debe descuidar. Para ello resulta imprescindible que las autoridades educativas reconozcan la importancia del lugar y que incorporen a las personas que vienen acompañando a la institución y a la asociación cooperadora desde que iniciaron los trabajos de recuperación del predio, colaborando también con un presupuesto mensual para la adquisición de repuestos de maquinarias y combustibles”.
2008- Tanto en la Cámara de Diputados de la Nación como en la de la Provincia existen proyectos para declarar al lugar de interés legislativo para su recuperación. En el legislativo nacional, la iniciativa fue impulsada por el diputado nacional de la UCR Rubén Lanceta. En la legislatura bonaerense, corresponde a su correligionario Juan Gobbi.
De prosperar, estos proyectos podrían significar el inicio de la recuperación del predio. Hará que seguir esperando.
2009- El incendio de la semana pasada arrasó con pinos, eucaliptus y costosos robles, además de otros ejemplares de gran antigüedad y que presentan serias dificultades para lograrse en la zona. En total, fue afectado el 70 por ciento de la totalidad del predio.
A manera de conclusión, vale repasar el documento emitido por el Círculo de Ingenieros Agrónomos de Tandil, una de las instituciones que se comprometió plenamente en el mantenimiento de esta propiedad.
“El lugar fue abandonado por una actitud inexplicable, ineficiente e irracional, desde el inicio de la democracia, que continúa hasta nuestros días y cuya recuperación es una deuda pendiente para la educación pública. La comunidad educativa reclama y exige que la Dirección de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires defina el destino del palacio Sans Souci, único patrimonio histórico cultural bonaerense de Tandil”.
Hasta que las definiciones lleguen –del ámbito legislativo o ejecutivo- la historia continúa dejando su marca implacable. Casi como una cachetada a un sueño que comenzó como una historia de amor y que paradójicamente llevó como nombre Sans Souci, lo que en una traducción más o menos ligera del francés significa “sin preocupaciones”.
Fuente.